Y EL ALMENDRO FLORECIO, STJ
Cuadro de la muerte de santa Teresa, obra de sor Isabel Guerra
La insigne artista y académica sor Isabel Guerra, miembro del Comité de Honor de la Asociación Amigos de Ana de San Bartolomé, ha querido contribuir a la difusión de la figura de esta gran carmelita, compañera de santa Teresa de Jesús, fundadora de Carmelos en Francia y Flandes, y amiga y consejera de la infanta Isabel Clara Eugenia -hija de Felipe II y Gobernadora de los Países Bajos-.
Ha pintado un óleo de grandes dimensiones reflejando el momento que marcó su vida y se convirtió en su gran referente: la muerte de santa Teresa en sus brazos. Para recrear la escena se ha basado en los testimonios de los procesos de canonización de Teresa de Jesús y en la Autobiografía de Ana de San Bartolomé, que desvelan los hechos extraordinarios que sucedieron aquel anochecer del 4 de octubre de 1582, en el Carmelo de Alba de Tormes, y la visión que la Beata describió: «Y el día que murió estuvo desde la mañana sin poder hablar; y a la tarde me dijo el padre que estaba con ella que me fuese a comer algo. Y en yéndome, no sosegaba la Santa, sino mirando a un cabo y a otro. Y díjola el padre si me quería, y por señas dijo que sí, y llamáronme. Y viniendo, que me vio, se rió; y me mostró tanta gracia y amor, que me tomó con sus manos y puso en mis brazos su cabeza, y allí la tuve abrazada hasta que expiró, estando yo más muerta que la misma Santa, que ella estaba tan encendida en el amor de su Esposo, que parecía no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle. Y como el Señor es tan bueno y veía mi poca paciencia para llevar esta cruz, se me mostró con toda la majestad y compañía de los bienaventurados sobre los pies de su cama, que venían por su alma. Estuvo un Credo esta vista gloriosísima, de manera que tuvo tiempo de mudar mi pena y sentimiento en una gran resignación y pedir perdón al Señor y decirle: Señor, si Vuesa Majestad me la quisiera dejar para mi consuelo, os pidiera, ahora que he visto su gloria, que no la dejéis un momento acá. Y con esto expiró y se fue esta dichosa alma a gozar de Dios como una paloma».
Esa visión extasió a Ana de San Bartolomé, cuyo rostro encendido concentró todas las miradas mientras Teresa de Jesús moría y un almendro seco florecía en la huerta: «Vio esta testigo y otras religiosas, a la mañana siguiente, que un arbolillo seco y que nunca había llevado fruto, que estaba en un campecillo que caía delante de la celda donde la dicha madre Teresa de Jesús estaba muerta, estaba cubierto de flor y blanco como la nieve; lo cual pareció cosa milagrosa, lo uno por ser a cinco de octubre, que es el rigor del invierno; lo otro, porque el dicho arbolillo estaba seco y nunca había llevado flor, ni de allí adelante la llevó». Otros testigos destacaron la tersura que recuperó el rostro inerte de Teresa de Jesús y al aroma que envolvió la celda: «El cuerpo quedó blanco... y no se echaban de ver las arrugas que por su edad tenía..., fue tanto el olor que salió de su cuerpo...»; «Nunca pudo atinar a lo que olía, porque el olor era tan suave y penetrante y confortativo, que le pareció que el estoraque y benjuí, algalia, y almizcle y ámbar se quedan muy atrás».Sor Isabel Guerra ha querido plasmar el adiós a la vida de santa Teresa en brazos de la Beata Ana de San Bartolomé, en el sublime momento en que ésta tiene la visión de la gloria que espera a Teresa de Jesús. Un almendro florecido abraza toda la escena y se convierte en el símbolo de muerte como florecimiento de Vida.
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