BEATIFICACION

¿Qué significa ser Beatificado/canonizado?
Para muchos, aún en la Iglesia, la práctica Católica de beatificar y canonizar es un enigma. ¿Por qué lo hace la Iglesia? ¿Cómo lo hace la Iglesia? ¿Qué significa ser canonizado, o como en el caso de Padre Pío, beatificado?

Historia General.
Primero, debe notarse que de acuerdo al testimonio de la Sagrada Escritura cada cristiano es un santo. El Nuevo Testamento Griego habla en muchos lugares del hagios (Hch. 9, 32; Rm. 15, 25-31;Ef.1,1; Col. 1, 2; Judas 1, 3 y otros). La Vulgata Latina habla del sancti, que es interpretada en algunas traducciones como los santos y en otros como los benditos. Como San Pedro le dice a los cristianos, "vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz". Los santos son ungidos por Dios a través del Bautismo, llenos de su vida Divina (el Reino de Dios dentro de nosotros), y llamados a anunciar la presencia de este Reino en el mundo a toda la raza humana. Así es que en el uso de las Escrituras todos aquellos bautizados en Cristo y en el estado de gracia se pueden llamar con razón santos.

En otro sentido, más estricto y más técnico, los santos son aquellos en quienes no solo ha comenzado la victoria de Cristo sobre el pecado, el demonio y la muerte, como en nosotros, sino que ha sido culminada. Este es el caso cuando la vida mundana terrenal se termina y la vida de santidad es alcanzada en nuestro peregrinar hacia el cielo. Aún cuando se afirma que nadie es bueno, sólo Dios (Mt. 19, 17), Cristo nos llamó a la perfección en bondad, de santidad, "sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt. 5, 48 y 19, 21; Col. 4, 12; Santiago 1,4), ya que nada imperfecto entrará al cielo (Apoc. 21, 27).

La Iglesia inicialmente entendía que sólo el Cristiano que seguía a Cristo perfectamente entraría inmediatamente en la Jerusalén celestial. Otros entrarían en el fuego purificador del purgatorio "para ser perfeccionados," de donde no saldrían hasta que "no hayas pagado el último céntimo" (Mt. 5, 26; 1 Cor. 3, 13-15). Como la perfección era unirse a Cristo en su muerte, un efecto comenzó a desarrollarse; al mártir (testigo que moría por Cristo) se le percibía como aquel que alcanzaba esta meta. De esta manera, durante la edad de la persecución (desde Pentecostés hasta 311 AD) la estima hacia aquellos Cristianos que fueron asesinados por el odio a la fe (in odium fidei) llevó a la gente a ensalzar su ejemplo de testimonio heroico por Cristo, guardando y preservando sus reliquias (los trofeos de victoria sobre la muerte) y celebrando el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. La Carta Circular de la Iglesia de Esmirna sobre el Martirio de San Policarpo (155 AD) muestra este efecto perfectamente.

Por lo menos hemos recogido sus huesos, que significan más para nosotros que piedras preciosas y son más puras que el oro, y las colocaron en el lugar más adecuado para su descanso. Y si nos es posible reunirnos de nuevo, que Dios nos permita celebrar el día de su martirio con gozo, para recordar a aquellos que lucharon en un combate glorioso, y enseñar y fortalecer por medio de su ejemplo a nuestras próximas generaciones.

Finalmente, el mayor tributo de honor que se le podía dar a un mártir era mencionar su nombre en el Canon (Oración Eucarística) de la Misa, acompañando al Señor en Su Sacrificio Redentor. Esto se llevaba a cabo el día de su fiesta, el día en el que entraron a la vida eterna. El Canon Romano (Oración Eucarística 1) retiene el testimonio elocuente de la Iglesia Romana para la Madre del Señor, para los apóstoles, y para muchos de los mártires importantes de Roma y de Italia.

"En unión con la toda la Iglesia…honramos a María…Pedro y Pablo, Andrés, Santiago, Juan, Tomás, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Judas; Honramos a Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián." (Communicates)

"Por nosotros también, te pedimos nos consideres en empatía de tus apóstoles y mártires, con Juan el Bautista, Esteban, Matías, Barnabas, Ignacio, Alejandro, Marcelino, Pedro, Felicidad, Perpetua, Ágata, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia y todos los santos." (Nobis quoque peccatoribus)

Así, en los primeros siglos de la Iglesia, la aclamación popular de santidad a los mártires, la veneración de sus reliquias, la honra de sus nombres en oraciones privadas y litúrgicas (con el consentimiento del obispo local), canonizó testigos importantes de Cristo en la Iglesia Universal y local, como ejemplos de la perfecta fidelidad a la que todos los cristianos estamos llamados.

Aunque la edad de mártires nunca terminó, la paz relativa que existió después del Edicto de Milán en 311 significaba que el martirio era un ejemplo más raro de perfección de lo que había sido. La Iglesia comenzó a buscar otros modelos de santidad, otras maneras por medio de las cuales la unión con Cristo pudiese ser testigo a los fieles y al mundo como el vivir diariamente una vida Cristiana en la que se muera al propio yo y se entregue la vida a Cristo. Este testimonio fue encontrado en aquellos cuyo martirio blanco de virtudes heroicas confesaba al mundo el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la gracia sobre el pecado, del nuevo hombre sobre el viejo (Ef. 4, 17-24), y así de Cristo sobre Satanás. Por consiguiente, tales Confesores, el testimonio de cuyas vidas tenían la fama de santidad, comenzaron a entrar en los papeles de canonizados.

Este cultus (veneración religiosa) era generalmente de una diócesis singular, pero según la fama de la persona se propagaba podía abarcar varias diócesis, y en el caso de María, los apóstoles y otras figuras significantes es ciertamente universal. Aunque los registros de los primeros Concilios de la Iglesia muestran intervenciones ocasionales para corregir abusos en el nombramiento de los santos y para establecer criterios para su aclamación, el proceso continuó siendo un proceso local con algunos ejemplos de Papas declarando santos de veneración universal.

El primer proceso parece ser el del Papa Urbano II (1089-1099), en la "Causa" de Nicolás de Trani. Se le ordenó al obispo de Trani que condujera una investigación local sobre su supuesta santidad y milagros, que entonces se sometería al Papa para ser juzgada. Esta primera "Causa" se extendió sobre varios pontificados, y parece que no fue concluida favorablemente. También parece haber ocasionado avances en los procedimientos legales en sí, Callistus II (1119-1124) requiriendo que todas las causas incluyeran una biografía crítica del Siervo de Dios. Como ocurre de vez en cuando en la Iglesia, los abusos trajeron mayores elaboraciones en la práctica Eclesial. En 1170 el Papa Alejandro III decretó que nadie podía ser declarado santo sin el permiso del Sumo Pontífice. Esto fue declarado por causa de la aclamación de santo de un "mártir" suizo que fue asesinado mientras estaba borracho, y por consiguiente no se podía decir que era un testimonio de Cristo. Esta regulación fue formalmente incorporada en la ley de la Iglesia por el Papa Gregorio IX en 1234.

La centralización del proceso de canonización en Roma fue un avance inevitable de la Tradición canónica y teológica de la Iglesia. Mientras que la aclamación de los fieles y la aceptación del obispo es, en la mayoría de los casos, un testimonio adecuado de la santidad de la persona, sólo provee una certeza moral, una credibilidad razonable, que la persona está en el Cielo. Para dar testimonio universal de la santidad de alguien se necesitaba suscitar un criterio más alto, uno digno del carisma y de la infalibilidad de la Iglesia. De acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia Católica, el Cristo Místico, no puede errar en materia de fe y moral (Jn. 16, 13). El ejecución practica de esta infalibilidad recae sobre la oficina apostólica, quien en el nombre y por la autoridad de Cristo la Cabeza de la Iglesia recurre a unir a los fieles en cuanto a cuestiones de fe o de moral. Esto puede hacerse ya sea por el colegio de obispos en su totalidad, como Consejo (Hch. 15,28), o por el Sucesor de San Pedro (Lc. 22, 32, Hch. 15, 7-12). Por la gracia del Espíritu Santo, Cristo protege tales juicios de suma importancia para la Iglesia del error. Históricamente, la opinión común de los teólogos es, por lo tanto, que la Canonización papal es un ejercicio del carisma de la infalibilidad que protege a la Iglesia de elevar a un individuo no apto para la veneración universal de los fieles. Como en el caso de una declaración dogmática, la declaración de un santo introduce a esa persona en el corazón de la vida de la Iglesia, por ende en el misterio central de la fe, la Eucaristía, y debe ser por su naturaleza libre de error.

Causa para Beatificación/Causa para Canonización

De acuerdo a un axioma teológico antiguo la gracia se construye sobre la naturaleza. Por esta razón la Iglesia es muy cuidadosa en agotar los medios humanos y razonables de determinar la santidad de una persona antes de contar con los medios sobrenaturales. Como fue notado anteriormente el proceso de la canonización papal desarrolló rápidamente procedimientos que eran seguidos en la diócesis y en Roma, tal como la recolección de evidencia, declaraciones de testigos y los biografía crítica escrita. Para el siglo catorce dos procesos regulares tuvieron lugar, la Causa de Beatificación y la Causa para la Canonización. La primera, después de haberse concluido exitosamente, permitía algún tipo de veneración de los Beatificados por parte de los fieles, en su diócesis, por una orden religiosa o por una nación. La segunda permitía la veneración universal del Santo por la Iglesia. El paso concluyente de cada uno era conducido por medio de un juicio, con lados a favor y en contra. La oficina del Promotor de la Fe o el Defensor del Diablo, quien discutía en contra del Siervo de Dios, data de esta época.

Estos Procesos han sido revisados y refinados varias veces a través de los siglos, incluyendo dos recientes, bajo el Papa Pablo VI en 1969 y bajo el Papa Juan Pablo II en 1983. Incluido en la reforma del Papa Pablo estaban las consolidaciones de los procesos en una sola Causa para Canonización. Notable en aquellos del Juan Pablo II fue la eliminación del Defensor del Diablo, como también otros cambios en los procedimientos.

Qué significa ser beato

Hasta el día de la beatificación de un Servidor de Dios los católicos deben observar las estrictas reglas del non-cultus, es decir, que se puede rezar a este individuo que creemos que está en los cielos y venerarle de una forma privada, no pública. Por ende, la regla por la cual la Causa del Padre Pío ha sido tan insistente- de ninguna exposición de sus retratos en lugares de adoración, ningún himno para él y ninguna oración pública rezada a él- está de acuerdo con las normas estrictas de la Iglesia en cuanto a estas cuestiones. Es más, la presencia del cultus antes de la aprobación por parte de la Iglesia puede terminar la candidatura de un Siervo de Dios.

Con la Beatificación un cierto número de marcas de veneración pueden darse a una persona. La más importante es la de un día festivo, con su Misa y oficio (Liturgia de la Horas), puede ser otorgada a una diócesis en particular y a órdenes y congregaciones religiosas. Por ejemplo, Beata Takeri Tekawitha, el Lirio de los Mohawks, es celebrada en los almanaques litúrgicos de los Estados Unidos y Canadá. En los Estados Unidos y Méjico hay un día festivo para el Beato Juan Diego, el vidente de Guadalupe. Por analogía, este privilegio es algo parecido a la práctica de la canonización episcopal en las edades tempranas de la historia de la Iglesia, con la excepción de que un obispo manifiesta a Roma el deseo de su feligresía a venerar a un Beato y Roma accede a tal veneración local. En el caso de Padre Pío lo más seguro es que los Capuchinos Franciscanos, una o más diócesis italianas, y aún países enteros, pedirán a la Santa Sede para añadir su día festivo a los almanaques particulares. Como murió el 23 de septiembre, es probable que esta fecha sea la asignada a él, ya que no presenta conflicto con el calendario universal de la Iglesia.

Con la beatificación vendrá el derecho restringido a venerar las reliquias de Padre Pío, a rezarle públicamente y para honrar sus imágenes en lugares de adoración. Esta veneración es restringida ya que es la veneración de una parte de la Iglesia solamente y no de toda, ya carece de la resolución de la canonización.

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