El Desasimiento
“Dichoso el corazón enamorado
que en sólo Dios ha puesto el pensamiento,
por Él renuncia todo lo criado,
y en Él halla su gloria y su contento.
Aún de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así alegre pasa y muy gozoso
las ondas de este mar tempestuoso”. (P 5)
1.- INTRODUCCIÓN
Para Teresa el desasimiento es
liberación. Y es necesaria tal liberación para llegar al señorío de si
mismo. Fuera de la libertad no hay persona. Aspiración tan innata en el
ser humano y que la sociedad tanto cacarea ¿verdad? Recordad, hermanos,
esa libertad que, sobre todo, en los años de juventud, tanto
reclamábamos… Libre, libre ¿De qué y para qué? La verdadera libertad es
la que vine y la que nos lleva a Dios, la que cuaja en la masa del amor.
Es para esforzados, para gigantes de la fe. Pero, ¿quién quiere ser
libre? ¿No tenemos miedo a la libertad, al amor, a la verdad? Creo que
mucho y muy sucintamente. "Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo,
buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de
Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra...
Mortificad vuestros miembros terrenos: lujuria, impureza, pasión,
avaricia... No os mintáis unos a otros, después de haberos despojado de
la vieja condición humana con sus acciones y haberos revestido de la
nueva, que se va renovando con miras al conocimiento profundo, según la
imagen del que la creó" (Col, 3, 1.2.5.9.10).
En S. Pablo la doctrina del
desasimiento-despojamiento y del correspondiente revestimiento del
cristiano, es la base y punto de partida de los amplios desarrollos que
ha habido sobre este tema a lo largo de la espiritualidad católica. Pero
fue sobre todo en los ambientes monacales donde más a fondo se meditó y
más fielmente se divulgó y practicó; viendo en él el más perfecto
desapego de sí mismo y el abandono confiado en Dios y en quien lo
representa, la humildad más profunda y la abnegación
total, el vacío o desnudez interior que
abre el alma a la invasión divina y le vuelve a la verdadera libertad de
los hijos de Dios.
Por eso podemos decir que el
desasimiento es el estado del alma que está libre de todo afecto
desordenado y egoísta hacia cualquier cosa o persona. Pero el
desasimiento no es sólo privación y liberación de todo apego; en efecto,
a menudo se usa por los autores espirituales en una acepción más
amplia, de modo que viene a coincidir, más o menos, con las palabras
casi sinónimas, de abnegación, renuncia, despojamiento, desapego,
desapropiación, etc. En todo caso no significa supresión de todo deseo y
aspiración, ni tampoco quiere decir fabricarse un corazón duro e
insensible, ya que el amor es el primero y mayor de los deberes. El amor
da sentido y matriz al desapego.
Tampoco debe confundirse con la falsa
tranquilidad de quien goza tranquilamente de su propia paz y bienestar, y
se muestra egoístamente indiferente para con todo y con todos; ni
tampoco con el desprecio ni siquiera con la despreocupación por lo
creado.
El verdadero desasimiento consiste, en
primer lugar, en la visión cristiana del mundo, como algo esencialmente
relativo, incluso con todo lo que contiene de hermoso, bueno, grande, y
que tiene que ser para nosotros una llamada continua a la absoluta
belleza, bondad y grandeza de Dios, para quien estamos hechos y en quien
solamente podemos hallar descanso.
En segundo lugar, el desasimiento, exige
huir de toda codicia y tener moderación en la búsqueda y posesión de
los bienes terrenos. De hecho, nunca tienen que convertirse en los
bienes supremos, con menoscabo de los valores del espíritu.
Por algo la primera bienaventuranza dice: "Bienaventurados los pobres en el espíritu..." (Mt 5,3).
Los Místicos del Carmelo en general nos
enseñan a vivir este desasimiento y a poner nuestro amor en lo esencial y
así dejar a Dios que sea el centro de nuestro ser, nos dice la Santa:
“Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está
el todo si va con perfección... Porque abrazándonos con sólo el Criador y
no se nos dando nada por todo lo criado...”. Para Santa Teresa de Jesús
este desprendimiento o desasimiento unifica todas las fuerzas y
potencias de la persona y la concentra en Dios. Además nos ayuda a ser
dueños y señores ante las cosas y personas, y no esclavos; ayuda a
ordenar nuestra afectividad y a no atarnos a nada ni a nadie, sino sólo a
Dios.
La Santa Madre concibe la vida cristiana
y religiosa como una carrera en tensión constante hacia Cristo; que
supone una opción fundamental, en el sentido de constituir el Evangelio
en norma de conducta y sus promesas en meta. La vida espiritual se debe
basar no en sentimentalismos (¡Cómo los alimentamos!), sino en vivencia
del seguimiento de Jesucristo. Teresa insistirá mucho en que lo
religioso se ha de manifestar en nosotros no tanto en forma de
sentimientos cuanto de actitudes, de obras. Obras quiere el Señor. De
otra manera “no vendrá el Rey de la gloria a nuestra alma, digo a estar
unido con ella, si no nos esforzamos en ganar las grandes virtudes” (C
16,2). La Santa Madre nos quiere vacíos, desnudos… para así poder acoger
al que se despojó e se hizo carne de pecado por nuestra salvación:
Cristo el Señor. Él se hizo nada para que nosotros lo tuviéramos todo
“Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e
incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27). “Porque
donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6,21; Lc 12,34).
El seguimiento de Jesús exige la renuncia, liberarse no sólo de cosas,
sino hasta de sí mismo para donarse y entregarse generosamente a la
causa, su causa, en la perspectiva de Teresa; la renuncia es a todo lo
que pueda entorpecer el seguimiento libre a Jesús y por eso su propuesta
radical es: “Darnos todas al todo sin hacernos partes” (C 8,1).
El verdadero desasimiento consiste en
tener una visión cristiana del mundo, como algo esencialmente bueno,
hermoso, bello... pero relativo. Esto tiene que ser para nosotros una
llamada continua a la absoluta belleza, bondad y grandeza de Dios y, por
otra parte, nos exige huir de toda codicia y atadura.
Teresa distingue tres áreas de
desasimientos: de todo lo exterior: material y social del yo, de los
deudos: familiares y parientes, y de sí mismo.
2.- DESASIMIENTO DE TODO LO CRIADO Y DE SÍ MISMO
“Dios no ha de forzar nuestra voluntad;
toma lo que le damos; más no se da a sí del todo hasta que nos damos del
todo” (C 28, 1) Es vivir la máxima evangélica de “dejarlo todo para
seguirle a Él” (Lc 14,26). “Yo toda me entregué y di, y de tal suerte he
trocado, que mi Amado es para mí, y yo soy para mi amado” (P.3)
El desasimiento, lo debemos considerar
como la antítesis a “asir”. El diccionario castellano de aquella época
lo define así: “Estar asido: estar trabado, estar atenido y estar preso”
(“Tesoro de la lengua” de Covarrubias).
Así pues, ¿cómo podemos poseer las cosas
sin caer en una dependencia esclavizante? Y ante las personas: ¿cómo
amar sin caer en la cárcel del amor, sin crear una dependencia que
encadene la libertad? ¿Y liberarse de uno mismo sin dejar de ser yo?
Fue Santa Teresa la primera en hacer del
desasimiento, despojo... de la manera más explícita, la condición
absoluta del pleno florecimiento de la vida de oración en contemplación
perfecta. Se trata de un desasimiento que no admite excepciones de
ninguna clase: "desnudez y dejamiento de todo" (3M 1,8). El alma debe
"descuidarse de todo y de todos, y tener cuenta consigo y con contentar a
Dios" (V 13,10).
Especialmente en Camino, la Santa enseña
cómo desasirse y despojarse de todo y de sí misma para dejar sitio sólo
a Dios: práctica de la pobreza perfecta, llevada hasta el abandono más
confiado en Dios; desasimiento del corazón de toda búsqueda de la propia
satisfacción; olvido de sí en la más profunda humildad, virtud "muy
necesaria para todas las personas que se ejercitan en oración" (C 17,1).
En el pensamiento teresiano, el
desasimiento es una actitud esencial para la vida religiosa. Ya que la
vida religiosa es una opción por Dios, según la cual se hace de Él el
único bien absoluto que se asume, quedando todo lo demás relativizado y
valorado sólo desde Él. Con esta convicción comienza a hablar Santa
Teresa de la virtud del desasimiento: “ahora vengamos al desasimiento
que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección...
Abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando nada por todo lo
criado” (C 8,1). Siempre, siempre, el objetivo es Dios, el amor más
grande (Jn 17, 20-24). Es decir, que el desasimiento tiene sentido pleno
en función de la opción y entrega a Cristo, “¿pensáis, hermanas, que es
poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos
partes? Pues en él están todos los bienes” (C 8,1).
Teresa propone el desasimiento de la
persona como requisito que le permite crecer en el amor, otra vocación
irrenunciable. El desasimiento es la virtud que genera la libertad
afectiva y efectiva respecto a las criaturas y a uno mismo. Y encuentra
su sentido en la medida que es camino que conduce a la persona a
apropiarse de la libertad. Pero sobre todo, la persona recorre este
camino de desasimiento, porque se siente amada por Alguien que llena su
vida. Damos todo por el que Es Todo, por el Dios con nosotros (Jn 14,
6). De ahí que el desasido se encuentre ya como en un cielo, pues “se
contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo” (C
13,7).
a) Desasimiento del mundo (de lo exterior):
¿Pensáis que es posible quien muy de
veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del
mundo, de deleites, ni honras, ni tiene contiendas ni envidias. Todo
porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. (C 40, 3)
Teresa hace un juicio amplio de valor
sobre las realidades temporales empleando el término postizo. Aunque
parezca una expresión muy genérica, sin embargo, apunta a realidades
concretas, como aparece en el mensaje que nos transmite al escribir
sobre su imagen de Jesús, “que aunque es Señor, puedo tratar como con
amigo. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que
todo el señorío ponen en autoridades postizas” (V 37,5). Lo que Teresa
nos da a entender es que ser señor, ser libre, consiste en reconocer a
cada realidad el valor objetivo que se merece y así estimarlo, no el
meramente social, propuesto por el colectivo.
Desasirse de la temporalidad equivale a
disponer de ella únicamente en la medida que nos permite crecer en
libertad, porque lo importante no es la posesión o la carencia de las
cosas, sino el desasimiento afectivo, de modo que ni el tener ni el
carecer puedan desviarnos de nuestra opción por aquel que da sentido
pleno a nuestra existencia. “Aunque en lo interior se guarde tiempo para
del todo desasirse” (C 13,7).
Otro postizo es el honor (lo veremos más
adelante), los reconocimientos ficticios, reconocimientos más a las
apariencias, al tener, que a valores y virtudes de la persona. El
desasimiento alcanza de manera especial al postizo social de la honra,
los “puntitos” de honra que tanto condicionaban y esclavizaban en el
clima social del s. XVI. Teresa sabe bien que esa esclavitud influye
negativamente en la convivencia de la comunidad; para que esto no suceda
impone en sus monasterios el mismo trato fraternal a todas las
hermanas. Fomentará el nivel cultural entre sus religiosas, pero no
consentirá la honrilla que los seglares buscan en la cultura.
Queda, pues, claro que para Teresa lo
postizo es equivalente a lo insustancial, a la hipocresía social. Y,
aunque se refiere a realidades externas, como la autoridad y el honor
que nos reconocen los demás, sin que las poseamos interiormente, sin
embargo, podemos esclavizarnos a ellas. Incluso “un no se nos dar nada
que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen
bien” (V 31,18) superación de las preocupaciones excesivas por la
opinión que de nosotros tienen los demás.
Teresa además es consciente que este
desasimiento no es cosa fácil, que es un proceso, pero en el cual no
estamos solos, “Su Majestad infunde de manera las virtudes que
trabajando nosotros poco a poco que es en nosotros, no tendremos mucho
más que pelear, que el Señor toma la mano contra los demonios y contra
todo el mundo en nuestra defensa” (C 8,1). El Señor tiene más interés
por nosotros que nosotros mismos.Teresa constata el desasimiento
exterior que se vive en sus monasterios “ya se ve cuan apartadas estamos
aquí de todo” (C 8, 2), pero falta algo más. Es el desasimiento de los
deudos. “Mas la monja que deseara ver deudos para su consuelo, sino son
espirituales, téngase por imperfecta” (C8, 3).
“Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero”. (P 1)
b) Desasimiento de los deudos: familiares y parientes.
En el fondo se trata de una versión
teresiana de la consigna evangélica: dejar padre y madre y hermanos y
hermanas (Mc 10,29 o Mt 12,48ss). Teresa escribe estas máximas para sus
lectoras del Carmelo de San José, consciente que lo que ella propone es
un estilo contemplativo, ermitaño, un estilo diferente al de la Vida
Religiosa que se vivía en la época, y bastante diverso del que se vivía
en La Encarnación. La sombra de lo vivido en La Encarnación la acompaña,
esa forma ambigua de realizar el seguimiento de Cristo. “Oh, si
entendiésemos las religiosas el daño que viene de tratar mucho con
deudos, cómo huiríamos de ellos” (C 9,1).
En el nuevo Carmelo, Teresa quiere
evitar la intromisión de los familiares, evitar la dependencia en lo
económico, psicológico y social de los propios parientes. Esa vida doble
que se llevaba en la Encarnación, hacia adentro y hacia fuera. “Que si
algún regalo hacen al cuerpo, que lo paga bien el espíritu” (C 9,1).
Teresa tiene en mente la experiencia de La Encarnación (V 7,8,9, 23 y
24) y toda la dependencia con deudos y bienhechores que ha vivido para
sostener el monasterio. Aquí en San José debería ser diferente, por eso
afirmará: “lo que os pido mucho es que la que viere en sí no es para
llevar lo que aquí se acostumbra, lo diga; otros monasterios hay adonde
se sirve también al Señor” (C9, 3). Para quien se aventura en este
camino y tiene dificultades para este desasimiento de las personas,
Teresa nos da el remedio: “es no las ver hasta que se vea libre y lo
alcance del Señor con mucha oración” (C 9, 4)
Teresa fue una hija, una hermana, una
monja, una superiora y una fundadora entrañable. Cuando de camino para
fundar una nueva casa, tomaba contacto con miembros de otras comunidades
religiosas o con personas de cualquier rango social, y siempre dejaba
la impresión de ser una mujer extraordinariamente agradable. Sin
embargo, en la historia de su desasimiento, es entre los familiares y
deudos donde más quebranta su voluntad para fortalecer la libertad. “No
sé yo qué es lo que dejamos del mundo las que decimos que todo lo
dejamos por Dios, si no nos apartamos de lo principal, que son los
parientes” (C 9,2). No los niega ni los rechaza, sino que los coloca en
el lugar afectivo que les corresponde, donde no obstaculicen el
seguimiento de Cristo. Es más, se preocupa por los suyos, pero no
permite que sean obstáculo en su camino.
Ya como Madre Fundadora, deja a sus
monjas un indicador práctico para evaluar con sinceridad el estado de su
vida espiritual. Les sugiere que la “hermana que, para su consolación,
hubiere menester deudos y no se cansare a la segunda vez, téngase por
imperfecta; crea que no está desasida, no está sana, no tendrá libertad
de espíritu, no tendrá paz” (C8, 3). Es un diagnóstico de un caso
evidente de dependencia y de esclavitud afectiva de una religiosa o
religioso que aún no ha encontrado su centro y su satisfacción en Dios.
La Santa quiere que sus monjas vivan
libres de sus familiares, a fin de que vivan con libertad y sin
perturbar su ritmo de vida contemplativa o de religiosas: “En esta casa,
hijas, mucho cuidado de encomendarlos a Dios, que es razón; en lo
demás, apartarlos de la memoria lo más que podamos” (C9, 3). Les
recordará que ella ha sido “querida mucho de ellos” y que eso no impide
para cumplir con los padres y los hermanos.
Aunque es indudable que estas
afirmaciones chocan con nuestra visión actual de la vida religiosa, pero
la que afirma esta actitud es una discípula del mismo Señor que exige a
sus seguidores desasirse de familiares y hasta de sí mismo. Lo ideal
para la Santa sería que los familiares del religioso participaran en las
inquietudes y anhelos de éste; entonces su compañía y familiaridad
sería favorable para el crecimiento no sólo del religioso como tal, sino
también para los familiares en su condición de creyentes.
“En Cristo mi confianza,
y de El solo mi asimiento,
en sus cansancios mi aliento,
y en su imitación mi holganza.
Aquí estriba mi firmeza,
aquí mi seguridad,
la prueba de mi verdad,
la muestra de mi firmeza”.
c) Desasimiento interior del yo o de sí mismo: Camino de Perfección 10
“Trata cómo no basta desasirse de lo
dicho, si no nos desasimos de nosotras mismas y cómo están juntas esta
virtud y la humildad”.
Porque no es suficiente con desprenderse
de lo material, social y familiares, es necesario también desasirse y
sobre todo de uno mismo. Es que la persona tiene un núcleo y una
instancia básica que la constituye y la define: el Yo, donde pasan las
cosas más secretas entre Dios y el alma. Cuanto menos quede de mi yo
caído, tanto más seré yo transfigurado en Jesús: Jn3, 30. La humanidad
suplementaria de la que nos habla la Beata Isabel de la Trinidad en la
“Elevación del alma a la Santísima Trinidad”( Rm12,1).
Comenzamos por los miedos ¡tantos¡ (Juan
Pablo II, nos invitó en tantas ocasiones a no tener miedo). El demonio
esparce muchas semillas de miedo en la Iglesia. Y los miedos esclavizan y
esclerotizan a la persona a la hora de decidirse a hacer una opción en
la vida o de asumir una responsabilidad por la inseguridad, la
desconfianza que, misteriosamente, a veces se apoderan de uno mismo.
Teresa no encontró reparo en compartirnos su experiencia de miedos. Por
ejemplo: el momento de su decisión por la vida religiosa fue una batalla
entre Dios y ella. “En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí
misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser
mayor que la del purgatorio” (V 3, 6). Pero había descubierto que lo que
se acaba le merecía poca importancia y los bienes prometidos por Dios
eran eternos, y encontró ahí un motivo suficiente para liberarse del
miedo y abandonarse al amor incondicional, al sacrificio que tanto la
acechaba. La confianza en Dios pudo más que los miedos, porque “es cosa
dañosa ir con miedo este camino” (C 22,3). Ya no hay miedo que la
detenga ni siquiera ante los inquisidores ni ante la enfermedad.
El reto más desafiante es alcanzar el
desasimiento de sí. Porque somos conscientes, ella también, de que las
fuerzas que más nos impiden el desarrollo personal, anidan en nosotros y
de nosotros se alimentan. Esta convicción se apoya en la experiencia:
“Desasiéndonos del mundo y deudos y encerradas aquí con las condiciones
que están dichas, ya parece lo tenemos todo hecho y que no hay que
pelear con nada. ¡Oh, hermanas mías!, no os aseguréis ni os echéis a
dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien
cerrado sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa...,
pues quedamos nosotras mismas” (C10,1). Este desasimiento tiene como
meta el dejar abierto para Cristo los espacios del corazón, y en esta
perspectiva comparte con los criterios paulinos del morir al hombre
viejo para revestirse del nuevo:“Vivo yo, pero no soy yo, Cristo vive en
mí” (Ga 2, 20)
Teresa no pretende con este desasimiento
que nos ignoremos, que nos infravaloremos ni, mucho menos, que anulemos
la persona que somos. No se trata de despersonalizar ni de aniquilar.
Se trata de elevar, transformar, elevar a la Trinidad.
Tampoco se pretende anular la
personalidad para que Dios ocupe el vacío que deje la desaparición del
yo. Cuanto más hombre, más espiritual… más endiosado (Jn 12,24). Cuanto
más yo, meno yo, menos hombre (Jn 6,57). Se trata de un yo cristificado.
Necesito la humanidad de Cristo, su cuerpo y sangre, para ser
recuperado, divinizado. Y Dios, por otro lado, necesita mi humanidad, mi
pobre barro, mi amor, mi carne, mi libertad… (Ef 5, 2). Sí, ¡Dios
necesita de mí!, sea yo un SANTO o un PECADOR, porque es AMOR. Amor
insaciable el de mi Dios. (Ver “oración del alma enamorada” de S. Juan
de la Cruz y 2 Subida. 5,4..7).
Es una llamada a respetar las
prioridades afectivas, que encabeza Dios, él es el valor supremo, que lo
relativiza todo sin anularlo. En definitiva, lo que se pretende con el
desasimiento es hacer de Dios el centro de nuestra vida. La Santa
sintetiza así: “Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta” (P
9). De manera que quienes están ya verdaderamente desasidos exterior e
interiormente, han de “tenerlo todo debajo de los pies y estar desasidos
de las cosas que se acaban y asidos a las eternas” (C 3,4). ¿Cómo poder
caminar en esta liberación? “Gran remedio es para esto tener muy
continuo en el pensamiento la vanidad que es todo y cuán presto se
acaba, para quitar las afecciones de las cosas… aunque parece flaco
medio, viene a fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas
traer gran cuidado” (C10, 2).
En este proceso es muy importante la
virtud de la humildad “son dos hermanas que no hay para qué las apartar…
liberadoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio” (C10, 3).
Ambas virtudes se convierten en unas armas poderosas para afrontar
todas las dificultades: “Quien las tuviere, bien puede salir y pelear
con todo el infierno junto y contra todo el mundo y sus ocasiones” (C10,
3).
Teresa dice de estas virtudes que están
escondidas a los ojos de quienes las poseen mientras los demás ven sus
frutos: “estas virtudes tienen tal propiedad que se esconden de quien
las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que tiene
ninguna” (C 10, 4).
d) Desasimiento de la salud: C 11
“Ofreced vuestro cuerpo como sacrificio
vivo, consagrado, agradable a Dios; este es el culto que debéis ofrecer”
(Rm12, 1) “Lo primero que tenemos que procurar es quitar de nosotras el
amor de este cuerpo, que somos algunas tan regaladas… y tan amigas de
nuestra salud” (C10, 5). Ver también (V40, 19).
La madre Teresa es contundente:
“Determinaos, hermanas, que venís a morir por Cristo y no a regalaros
por Cristo” (C 10, 5). Ver 1Co 6,19s y Col3, 3. La Santa, siempre tan
discreta, pide cuidar la salud para llevar bien los rigores de la regla
sin caer en profusiones y, por otro lado, de no descuidarla por el
exceso de penitencias: “…con procurar la salud para guardarla y
conservarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes, ni por
ventura un día. Pues no sé yo a qué venimos” (C10, 5).
Teresa sigue manifestando la importancia
de la mortificación del cuerpo para poder alcanzar la libertad de
espíritu… “Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos
siempre con livianos males. Mirad que sois pocas, y si una tiene esta
costumbre es para traer fatigadas a todas” (C11, 1). No solo entorpece
el vuelo espiritual sino que como dice Teresa dificulta la vida de la
comunidad misma. Viene bien recordar en este momento el hermoso texto de
S. Ignacio de Antioquia: “Soy trigo de Dios, molido por los dientes de
las fieras, seré pan de Cristo”.
La santa diferencia entre los “males
recios” (C11, 4) y los achaques de cada día “los livianos males” o “las
flaquezas y malecillos de mujeres” (C11, 2). Ya que el cuerpo se
acostumbra pronto a lo bueno y siempre pide más aunque no lo necesite.
Con gran facilidad se puede llegar a
hacer del propio cuerpo el más importante centro de atención: “Si no nos
determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca
haremos nada” (C11, 4). En Col 1, 24 se nos dice “completo en mi carne
lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo que es la
Iglesia”. Gran oportunidad, la enfermedad, para identificarse con la
Cruz de Cristo y no abismo para caer en pura lamentación que atrofia la
propia vida y es motivo de grandes molestias para la comunidad
religiosa.
Teresa hace también la comparación con
la mujer casada, que ha de soportar los males por su marido, o los
enfermos que no tengan a quién se quejar y por último “¿y no pasaremos
algo entre Dios y nosotras de los males que nos da por nuestros
pecados?” (C11, 3).
Recurre en este momento un tema muy de
la época como es el de la muerte y cómo afrontarla: “Procurad no
temerla” “dejaros toda en Dios, venga lo que viniere… Y creed que esta
determinación importa mucho más de lo que podemos creer; porque muchas
veces que poco a poco lo vayamos haciendo, quedaremos señoras del él”
(C11, 5)
e) Desasimiento de Honras: C 12 y 13
Cada uno tiene una imagen de si y, a
veces, desfigurada. Sólo mirándonos en el espejo, Cristo, contemplaremos
nuestra verdadera imagen. Fuera de Cristo, de su umanidad, es imposible
encontrarse. Vivimos en la era de la imagen. Solemos decir que una
imagen vale más que mil palabras. En ocasiones pesa en demasía la imagen
externa de las personas o las imágenes que tenemos de las mismas. Somos
incapaces de dejar cambiar a los otros, no les permitimos la
conversión, la esperanza; y esto ocurre porque así nos comportamos con
nosotros mismos.¡Cuántos fantasmas!
Síntoma de enfermedad y anquilosamiento
espiritual. El amor es siempre novedad y libertad. ¿Qué imagen tienen de
mí en el G.O.T.? ¿Qué imágenes tengo que cambiar? ¿Cómo es mi imagen de
Dios? Sí, a Dios, a veces, le hago a mi imagen y semejanza y no le dejo
ser Dios en mi vida. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuántas gracias
abandonadas y pisoteadas!
Los afirma desde sus experiencias y
convicciones: “a Dios lo menos que podemos ofrecerle es la voluntad y la
vida” (C12, 2); “toda es corta la vida y algunas cortísimas” (C12, 2);
“que el culto de la honra es pestilencia en el grupo” (C12, 4). Negra
honra dirá en V 31, 23 o en C 36, 7.
Teresa, marcada por la experiencia de la
época y del daño que hacía esta carrera por el honor, dentro y fuera de
los muros de los monasterios, es tajante a la hora de luchar sobre este
tema en este capítulo. Ver Libro de la Vida V 20, 26; 31,20s. Considera
este problema dentro del monasterio como una pestilencia que hay que
combatir con todas las fuerzas. Algunos consejos de Teresa para
ayudarnos a tener en poco la vida y la honra: “Esto se adquiere con ir
poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aun en cosas
menudas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu” (C12, 1). “Que
está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro
regalo, que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que
puede ofrecer es la vida” (C12, 2). “… la vida del buen religioso y que
quiere ser de los allegados amigos de Dios es un largo martirio” (C12,
2) “Por eso mostrémonos a contradecir en todo nuestra voluntad” (C12,
3). “Que si hay punto de honra o de hacienda, que aunque tenga años de
oración, que nunca medrarán mucho ni llegarán a gozar el verdadero fruto
de la oración” (C12, 5). “Es imposible, si uno es humilde, que no gane
más fortaleza en esta virtud y aprovechamiento, si el demonio le tienta
por ahí” (C12, 6). “Y es nuestra naturaleza tan flaca… y así va
perdiendo el alma las ocasiones que había tenido para merecer y queda
más flaca y abierta la puerta al demonio, para que otra vez venga con
otra cosa peor” (C12, 9).
También hay que huir “mil leguas” de las
“malas razones”. El victimismo puede adueñarse de nuestro corazón y
convertirnos en personas tristes, acomplejadas… inservibles. “De malas
razones nos libre Dios”. Entendidas como esas justificaciones que
buscamos cuando padecemos o sufrimos una injusticia “no tuvo razón quien
esto hizo conmigo” (C13, 1). A quien no pudiere asumir esas
“injusticias” Teresa le dice “tórnese al mundo adonde aún no le
guardarán esas razones” (C13, 1).
Se aceptan esos sufrimientos porque, “O
somos esposas de tan gran rey o no” (C13, 2). La Carmelita al entregar
su vida lo hace a Cristo en cuerpo y alma, y Él desde ese momento da
forma a nuestra vida. Se trata de una radical dialéctica de la cruz y
del amor. Así, la mortificación no consiste tanto en la “penitencia y
ayunos” sino en algo más profundo: la condición de la persona y su tabla
de valores en alternativa entre “la cruz” y “el yo”.
De ahí nos invita pues a vivir en la
humildad y nos pone a María como ejemplo: “parezcámonos, hijas mías, en
algo a la gran humildad de la Virgen Santísima, cuyo hábito traemos”
(C13, 3). Sí, María, la anawin de Dios.
3.- DESASIMIENTO Y ORACIÓN
Desasimiento y oración teresiana se
condicionan mutuamente. Por una parte el desasido recibe la experiencia
orante; por otra, la oración produce desasimiento.
a) Del desasimiento a la experiencia:
“Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere… que no dejará
el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabemos desear”
(4M 2,10; V 21,9). Es muy probable que Dios de la contemplación a los
desasidos; si no, no importa; lo mejor es siempre aceptar su voluntad”
(C 17,7).
b) De la oración al desasimiento: A
veces el orante llega pronto al desasimiento; otras veces necesita
muchos años (C 39,12). El desasimiento es signo de buen espíritu y
garantía de éxito en el camino del orante, a pesar de los engaños y
caídas (V 19,13).
Después del matrimonio espiritual, el
desasimiento de la persona enamorada de Dios llega hasta la renuncia
temporal del gozo de poseer a Dios: “Ahora es tan grande el deseo que
tiene de servirle, y que por ella sea alabado, y de aprovechar algún
alma si pudiesen, que no sólo no desean morirse, más vivir muy muchos
años padeciendo grandísimos trabajos…; su gloria tienen puesta en si
pudiesen ayudar en algo al Crucificado” (7M 3,6).
El desasimiento es fuente de libertad y
señorío, excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, tanto en
lo material como en las relaciones interpersonales. El egoísmo repliega
sobre sí mismo, el amor dilata y engrandece, por eso solamente el amor
es capaz de compartir. La persona desprendida no pone el acento en nada,
porque ha optado por el “Todo”. En frase de la Santa: “sólo Dios basta”
(Poesías) y ésta no es una frase excluyente sino más bien sintetizante
porque en Dios lo halla todo. Posee el mayor bien: su relación personal
con el Señor, donde encuentra toda su riqueza y felicidad. Pero para
ello es necesario “… mirar mucho en andar contradiciendo la propia
voluntad, hay muchas cosas que quitan la santa libertad del espíritu que
desea volar hacia su Creador, pero sin ir cargada de tierra y plomo".
4.- CONCLUYENDO
El desasimiento consiste en una opción
por Dios, según la cual se hace de Él el único bien, quedando todos lo
demás relativizado. Al comenzar a hablar de esta virtud, la Santa
introduce el tema con las siguientes palabras: "Ahora vengamos al
desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo si va con
perfección... Porque abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando
nada por todo lo criado..." (C 12,1).
Tal como ella lo entiende, el
desprendimiento o desasimiento unifica todas las fuerzas de la persona y
la concentra en Dios. También conviene tener presente que esta virtud
es previa a la maduración religiosa. La fuerza, pues, de esta actitud,
según el parecer de Santa Teresa, se halla en que orienta todas las
apetencias y anhelos de la persona a Dios.
Este desprendimiento nos lleva también a
ordenar nuestra afectividad con respecto a cosas, personas y lugares.
No atarnos a nada ni a nadie, sino sólo a Dios y al cumplimiento de su
voluntad. Al hablar de desasimiento nos dice que es el camino de la
libertad, nos ayuda y capacita para vivir la comunión con Dios y con los
hermanos.
Encontramos tres niveles en el proceso de desasimiento:
a) desasimiento del mundo, es decir no dejarnos llevar por su mentalidad y sus halagos.
b) desasimiento o desapego de las personas, en particular de los familiares (deudos).
c) Otro frente de combate para adquirir
la libertad es el desasimiento de uno mismo, no dejemos al ladrón dentro
de la casa (C 10,1) .
A pesar de las renuncias hechas por el
religioso al dejar todo e ingresar, todavía es necesaria la vigilancia
para liberarse de sí mismo. Teresa es consciente de que éste es el
negocio más importante, pues, de lo contrario el ladrón se ha quedado en
la casa con las puertas cerradas. El camino para salir de esta
encrucijada es buscar en todas las cosas el querer de Dios y no dejarse
guiar por los caprichos del momento. El desasimiento lleva un don total
de sí mismo a Dios: "El punto está en que se le demos (el palacio del
alma) por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda
poner y quitar como en cosa propia... Y como él no ha de forzar nuestra
voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo, hasta que
nos damos del todo" (C 28,12).
Con Santa Teresa decimos:
Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma,
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención
Pues por vuestra me ofrecí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
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