Mujer de Carne y hueso

Antes que santa, doctora de la Iglesia, mística o carmelita, Teresa de Jesús era simplemente un ser humano y una mujer. Decir esto parece una perogrullada pero, a veces, creemos que lo sublime consiste en olvidarse de lo elemental: con lo cual aquellas grandezas parecen no pertenecer a esta tierra nuestra; y llegamos a creer que no nos atañen a nosotros, sino a seres de otra pasta o de otro planeta.
Por eso creo que no es bueno leer a Teresa olvidando sus cartas: ellas tienen una espontaneidad que no podían tener sus otros escritos, expuestos al ojo escrutador de inquisidores y teólogos. En ellas se permite referirse al Nuncio como “Melquisedec”, a los miembros de la inquisición como “los ángeles”, o a los calzados como “los del paño”. Y cuando hacen provincial a un fraile que ha tratado mal a sus monjas comenta “que debe ser porque tiene más cualidades para hacer mártires que otros”...
Allí confiesa que “a una monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios”; y por eso algunas cartas reflejan su lucha porque no se les impusieran a las monjas confesores obligados: “que yo temo más que pierdan el gran contento con que nuestro Señor las lleva, que esas otras cosas: porque sé lo que es una monja descontenta”. Y se alegra de “que mande nuestro padre que coman carne las dos de mucha oración”… porque considera que todo eso de los arrobamientos “no me parece más oración”.
Reconoce que “mozas con viejas no se pueden hallar bien” y por eso dice a su querido J. Gracián que se espanta de “cómo no se cansa de mí”. Pero concluye que eso se lo da Dios para que “pueda pasar la vida que me da con tan poca salud y contento, si no es en esto”. Todas sus complicidades afectivas con Gracián (con pseudónimos y todo) darían para análisis más detenidos. Pero al menos apuntemos que a veces se pone hasta pesada, otras veces le explica cuánto le apena que tenga dolor de muelas “porque tengo harta espiriencia de cuán sensible dolor es” y que si tienes una sola dañada “suele parecer que lo están todas” por el dolor; o le encarece “si ha caído en ponerse más ropa, que hace ya frío”. En cambio cuando ve a otro fraile muy seguro sobre la admisión de una postulante porque cree que “en viéndola la conocerá”, le para los pies diciéndole que “no somos tan fáciles de conocer las mujeres”…
Hacia el fin de su vida reconocerá que ha aprendido a gobernar y no es la que antes era: ahora “todo va con amor”, aunque no sabe si ello se debe “a que no me hacen por qué” o a que por fin “ha entendido que ansí se remedia mejor”.
También es sabroso conocer cómo la veían algunas gentes, en las declaraciones del proceso de canonización: gentes amigas como Juana Suárez, pretendidamente neutrales como El Tostado o enemigas como la duquesa de Éboli (si es que realmente declaró). Pero baste al menos, como conclusión, que la más profunda experiencia mística no es incompatible ni con el sentido común, ni con la ironía o la lucha por lo que se cree justo, ni con un carácter enérgico o una afectividad difícil de controlar y con tendencia a posesiva… En una palabra: ni con ser como somos todos. Porque desde todas partes se puede ir creciendo.

P. José Ignacio González Faus S.J.

http://www.portalcarmelitano.org/component/k2/itemlist/user/68-paravosnac%C3%AD.html

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