DISCIPULOS Y MISIONEROS

“DISCIPULOS Y MISIONEROS
ESCUCHA, APRENDE Y ANUNCIA”

La Iglesia nació del discipulado, convocado por el Maestro. Fueron discípulos que iban con Él, le amaban y aprendían en la convivencia diaria, en los recorridos de pueblo en pueblo, en las conversaciones y preguntas, enseñándoles con explicaciones sacadas de la vida y de las Escrituras de Israel (Mc 4, 34). Encomendó al Espíritu Santo llevarles a la verdad plena y explicarles el futuro (Jn16, 13), "Tengo muchas cosas que deciros todavía, pero ahora no podéis con ello" (Jn 16, 12).
Posteriormente, el Espíritu realiza lo mismo con Pedro y Pablo al anunciar a Jesús y crear la Iglesia como fruto de la misión (Hech 11,11-14; 13,2; 16,7).


Misión y misionero vienen de una palabra latina: mittere, que significa enviar. Los cristianos por ser de Cristo somos misioneros, es decir, enviados. San Pablo, al dirigir la palabra a los exponentes de su pueblo, que querían lincharlo, confesaba: “El Señor Jesús me dijo: Márchate de Jerusalén. Yo te enviaré lejos de aquí, a las naciones paganas” (Hch 22, 21).
Jesús mismo se definía como “Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10,36).
La misión es la puesta en marcha del plan de Dios. Es la realización de lo que Dios ha planificado desde toda la eternidad. En efecto, como excelente arquitecto, Dios ha elaborado minuciosamente sus planos y ha dado pasos concretos para realizarlos. Entre las acciones divinas enfatizamos tres:

·         La creación
·         La encarnación del Hijo de Dios y la Redención
·         Pentecostés: la venida del Espíritu Santo

Misión es dar esta buena nueva: Dios nos
ama; este amor se ha manifestado en Cristo y se
nos comunica en el Espíritu Santo. Por lo tanto
somos hijos de Dios, integramos la gran familia
de los hijos de Dios.

“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos míos en
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y enseñándoles
a guardar todo lo que Yo les he mandado” (Mt 28, 19-20).

El discípulo de Jesús

El discípulo de Jesús se incorpora a él y participa de su vida, manifestando, de muchos modos, la presencia de Jesucristo vivo en las diversas situaciones humanas.

El discípulo experimenta, de inmediato, que la vinculación íntima con Jesús, en el grupo de los suyos, es participación de la Vida, salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones, correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.

El discípulo siempre, sigue adelan-
te, porque tiene que dar “razón de su
esperanza”  al  mundo  entero,  por
ello, sin descanso anuncia la Buena
Nueva.

Escucha, aprende y anuncia, son actitudes de espíritu evangélico grabadas por el Espíritu en el corazón de la comunidad de Jesús.

·         Escucha cuidadosa y amorosamente lo que oye, ve y siente de los hombres y mujeres concretos. Sobre todo su dolor, su amor y su silencio. En ellos está Dios, lo humano y la vida. Aprende grabando y guardando en el corazón lo que ha visto y oído.

·         Aprende con la memoria del pueblo y de la Humanidad, con la memoria de las maravillas de Dios, realizadas en la creación y en la salvación.

·         Anuncia, fiel y verazmente, lo que gratuitamente se le ha dado a vivir. Porque ha sido fecundada por el amor escuchado y aprendido. Anuncia vida, a modo de la semilla granada y entregada a la tierra.
 

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