LA MISIÓN CONTINENTAL PARTE II


La Misión Continental es un tiempo de gracia para la Iglesia que peregrina en América Latina y el Caribe, un tiempo para tomar conciencia de su auténtica vocación cristiana.  

Los obispos, reunidos en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, aprobaron por unanimidad la realización de una Misión Continental, cuya finalidad será socializar la riqueza, enseñanzas, orientaciones y prioridades de dicha Conferencia.
Se trata de un “despertar misionero” que contará con la participación activa de las Conferencias Episcopales y de todas las fuerzas vivas de las Iglesias locales -como por ejemplo, las Comunidades Eclesiales de Base-, en modo tal de “poner a la Iglesia en estado permanente de misión” (Documento Conclusivo, n. 570 y 195). Si bien las modalidades concretas de la Misión serán definidas por la Asamblea Plenaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), la V Conferencia analizó sus líneas fundamentales, que resumidas a continuación en esta nota.
¿QUE ES LA MISIÓN CONTINENTAL?

La Misión Continental es un tiempo de gracia para la Iglesia que peregrina en América Latina y el Caribe, un tiempo para tomar conciencia de su auténtica vocación cristiana. Es una Misión permanente, única y variada, que expresa la voluntad de la Iglesia de ser discípula y misionera de Cristo para transmitir a los demás la alegría de la fe en el actual proceso de cambio que vive la sociedad en general.

¿QUIENES DEBEN REALIZAR LA MISIÓN?
La Misión Continental tendrá como protagonista al Espíritu Santo (cf. Redemptoris Missio, 21) presente en las Conferencias Episcopales y en las Iglesias locales vivas, que tendrán la tarea de proyectar, impulsar y ejecutar dicha Misión. Esta tendrá frutos en la medida en que sea llevada a cabo por una Iglesia unida, en comunión y corresponsabilidad con todos los miembros del Pueblo de Dios. La comunión es particularmente importante entre los miembros del clero: obispos y presbíteros de una misma conferencia episcopal y diócesis.

Los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, consagrados, consagradas, jóvenes, laicos y laicas son agentes de la Misión, quienes han de vivir una profunda espiritualidad misionera. Los agentes han de contar además con una cualificada formación teológica y misionológica, a adquirirse en los Centros o Institutos especializados ya existentes o en Centros nuevos a ser creados.

La Misión cuenta con el apoyo decisivo de los laicos, llamados a vivir la vocación universal a la santidad y a la misión (cf. Redemptoris Missio, 90) en sus propios ámbitos de familia, relaciones interpersonales, trabajo… En este sentido, la participación de los movimientos eclesiales y de las asociaciones laicales, con el dinamismo e ímpetu propios, es fundamental para el éxito de la Misión Continental.
La Misión exige renovar las estructuras pastorales de las diócesis, parroquias, comunidades eclesiales de base, pequeñas comunidades, en perspectiva misionera.

¿A QUIEN ESTA DESTINADA LA MISIÓN?
- A la propia comunidad eclesial para que se redescubra como comunidad atractiva y atrayente.
- A los católicos bautizados, pero alejados de la Iglesia.
- A las personas y clases dirigentes que viven en los diversos espacios sociales, políticos, culturales y económicos de la sociedad latinoamericana y caribeña.
-  A las personas indiferentes que viven en ambientes socio-culturales y nuevos areópagos donde Jesucristo está ausente: familias, colegios, universidades, centros de investigación científica, artes, deportes, nuevas tecnologías de comunicación e información…
-  A los emigrantes latinoamericanos.
-  A la familia humana sin exclusiones, especialmente a quienes no conocen a Jesucristo dentro y fuera del continente: misión ad gentes e inter gentes.

¿COMO SE DEBE LLEVAR A CABO LA MISIÓN?
- Desde la realidad social y cultural de los pueblos de América Latina y el Caribe y teniendo presente las experiencias misioneras ya realizadas en el continente.
- Con una fuerte impronta bíblica, centrada en la Palabra de Dios, en el anuncio de Jesucristo y en una Liturgia y celebraciones que incorporan la riqueza de la religiosidad popular.
-  Desde una espiritualidad misionaria, manifestada en la gratuidad, osadía, creatividad, audacia (parresía) y con la ternura y misericordia expresadas en la devoción mariana.
-  Con actitudes evangélicas de respeto personal y acercamiento capilar a los demás en la práctica de un diálogo que suscite atracción por el evangelio de Jesucristo.
-   Sin fanatismos, proselitismos ni imposiciones, sino con la mística del propio testimonio de vida.
-  A través de estructuras pastorales mínimas, pero renovadas. Aprovechar, si se ve conveniente, la creación de nuevos ministerios específicamente misioneros, como el de “visitador misionero”.
-   En el espíritu de comunión, que comprende también el aspecto económico.
-  Usando los medios de comunicación social y las nuevas tecnologías de información.
-  Con el protagonismo directo y programas claros de las Conferencias Episcopales y la animación permanente del CELAM.


¿PARA QUE LA MISIÓN CONTINENTAL?
-  Para crecer en el seguimiento y discipulado de Cristo en dimensión ecuménica.
-  Para que muchos descubran la persona de Cristo y su proyecto presente en la Iglesia.
-  Para transformar la parroquia y toda la Iglesia en una red de pequeñas comunidades.
-  Para fortalecer las raíces evangélicas de la fe y la conciencia misionera de la Iglesia.
-  Para crear escuelas de evangelización, formar comunidades y atraer a los cristianos.
- Para pasar de una Iglesia sacramentalización a una Iglesia formadora en la fe.
- Para responder a la sed de Dios que buscan muchos hombres y mujeres del continente.

Se espera pues que la Misión Continental infunda en la Iglesia presente en América Latina y el Caribe aquel fervor espiritual, el valor y la audacia de los apóstoles, como señala el mismo Documento Conclusivo (n. 571) retomando un texto de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI:
“Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo -como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia- con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes ha recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (n. 80). 

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