PADRE NUESTRO PARTE I

LA ORACIÓN DEL PADRE NUESTRO


PADRE


Llamar a Dios “Padre” supone una confianza básica en El, una seguridad que se fundamenta en la actitud radicalmente positiva de Dios hacia nosotros. Sólo así se disipan nuestros recelos y miedos
Casi siempre nuestra mayor dificultad para llamar “Padre” a Dios está en que, al sentir el dolor y la injusticia en el mundo no comprendemos cómo Dios, que es Padre, puede permitirlo.
Nuestra imagen de Dios no coincide muchas veces con la de Jesús y eso condiciona negativamente nuestra oración. Por eso hay que purificar esas imágenes falsas que nos ocultan el rostro de Aquel a quien Jesús llama “Padre”.

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO


Jesús nos enseña a orar y educa nuestro corazón a través de la oración, poniendo en nuestros labios la palabra “Padre” pero como sabe que, si fuera por nosotros, tenderíamos a quedarnos en la vivencia de la filiación, tratando de escabullirnos del compromiso fraterno a que nos lleva, por eso Jesús nos hace sacar, inmediatamente, las consecuencias:
Ser hijo significa también e inseparablemente ser hermanos y el Padre no es   entonces “Padre mío” sino “Padre nuestro”.
Por ello nuestro corazón debe estar abierto para acoger a todo aquel que llegue a nosotros, hacer hueco para que quepan todos, repartir lo que hay para que llegue a todos, salir a buscar a los hermanos que están ausentes o perdidos, para poder celebrar juntos el banquete  del que es el Amor del Padre nuestro y ponernos a orar con vestido de fiesta.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE


En el AT.el nombre ocupa el mismo lugar que el rostro, la gloria, el brazo de Dios. Hablar del nombre de Dios es una forma respetuosa de evitar hablar de Dios mismo, salvaguardando su trascendencia.
Decir el nombre de Dios es llamarle reconociendo su condescendencia de haberse revelado al hombre, de haber salido al encuentro y haberse hecho invocable.
Cuando decimos “santificado sea tu nombre” pedimos que sea reconocido como santo, que sea santificado en nosotros a través de nuestras acciones, para que resplandezca en todas partes su presencia con nuestra alegría y empeño diario de ser hermanos de todos, para que todo el mundo se llene de su bondad;
Es prestar nuestra voz para que resuene en el mundo la gloria de Dios, es sobre todo, prestar nuestra vida para que en ella se trasparente su santidad, el brillo de su presencia.
Pedimos a Dios santificar su nombre porque El salva y santifica a toda la creación… Se trata del nombre que de la salvación al mundo perdido. Rogamos merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de Dios.

 VENGA A NOSOTROS TU REINO

Con esta petición Jesús nos da la mano para dar un paso fuera de esos muros que intentamos levantar alrededor de nuestra relación con Dios; fuera de esa tentación en la que caemos tantas veces de reducirlo todo a algo íntimo y puramente personal.
El Reino de Dios quiere  decir que lo último para Jesús no es Dios, sino Dios en su relación con la historia de los hombres, y que su horizonte de referencia es siempre la realidad de acuerdo con el amor de Dios, una historia que sea según Dios.
Es eso precisamente de lo que hay que tener hambre y sed, es ese el deseo más hondo que el cristiano tiene que llevar en su corazón, más allá de sus pequeños intereses y ambiciones.
Pero como eso nos resulta difícil, el Maestro único que es Jesús, nos ayuda a derribar muros y a salir a ese campo abierto desde el que pedimos: “Venga a nosotros tu Reino”.
El Reino pertenece a Dios, Jesús vino a inaugurar su presencia entre nosotros. Con El y en El, el Reino de Dios se acercó a todos los hombres. A nosotros se nos pide conversión del corazón, vigilancia, confianza en la acción de Dios. Hemos de procurar hacer crecer su Reino, que Dios esté presente en todas las cosas y lo inunde todo de su Espíritu, contagiando la fuerza de su amor que de sentido a todas las realidades terrenas.

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO 


Sólo Jesús sabe lo que Dios quiere, sólo él posee el secreto de cómo desea el Padre que hagamos su voluntad. Y cuando habla de ella lo que dice es que esa voluntad del Padre es su alimento y el alimento es aquello que da vida, fuerza, ánimo y crecimiento al hombre, nunca algo que disminuye o empequeñece.
La voluntad del Padre es para Jesús algo deseable, algo que él va buscando apasionadamente, algo que le llena de alegría, todo lo contrario de una losa pesada que cae encima o un conjunto de preceptos que hay que cumplir irremediablemente. Jesús ve la voluntad del Padre como un proyecto de filiación y fraternidad humana, un deseo ardiente, confiado a Él, de que ninguno de esos hijos se pierda.
Y supo también por experiencia que el querer del Padre pudo resultar a veces tan duro e incomprensible que la única respuesta posible es un abandono incondicional, un rendirse confiadamente ante el misterio de Alguien mayor. Por eso, cuando llegó el momento del fracaso y la agonía, Jesús vive en plenitud aquello con lo que había enseñado a orar:
            “Padre no se haga mi voluntad sino la tuya”
Pero precisamente porque se fía absolutamente del amor de Aquel a quien llama “Abba” se atreve a decir: “En tus manos encomiendo mi vida”.
Sólo el que se siente seguro puede poner los pies en las huellas de otro, sólo el que se sabe sostenido se atreve a confiarse en otras manos, sólo el que conoce el corazón de aquel que le llama a entrar en un proyecto, puede acogerlo no con la resignación obediente del esclavo, sino con la complicidad entusiasta de hijo.

 

 


 



DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA


Jesús no ha entrado en la historia bajo palio sino en la intemperie y por eso sabe del hambre, de sed, de cansancio, y de cuanto sus hermanos los hombres necesitamos, el pan. Por eso nos enseña a pedírselo sencilla y confiadamente al Padre.
El ser hijos(filiación) sólo se verifica en la fraternidad (relación con los hermanos los hombres), sólo al hacer nuestro el pan, es decir, al salir del mundo cerrado de nuestra propiedad privada y compartir con otros eso que constituye nuestro “pan”: alimento, dinero, tiempo, cualidades, energías, vida… hacemos fraternidad.
Se nos va a juzgar por la calidad de nuestro amor y un amor hecho efectivo y tangible  en el que no guardar para uno mismo ni el pan, ni el agua, ni el vestido, ni el  vestido, ni el hecho, ni el tiempo, ni la ternura.
Al pedir “el pan de cada día” le pedimos todo lo que nos es necesario para vivir humanamente. Junto al Pan de la Eucaristía, Pan del cielo y Pan de la Palabra presentamos a Dios las necesidades más urgentes de la humanidad:  la dignidad de la persona humana, la defensa de la vida, la seguridad y el trabajo para todos, el equilibrio entre países, el reparto de la riqueza de forma justa… Pedimos el pan necesario y suficiente para cada día, que hemos de trabajar y compartir con el hermano, sin guardarlo egoístamente.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

El perdón es otra forma de experimentar el amor: no llegamos a saber nunca si es el sentirnos perdonados por Dios lo que nos lleva a perdonar a los otros lo que nos posibilita experimentar el perdón de Dios.
Jesús juega en el evangelio con estos dos cabos del perdón en unos textos  es Dios quien perdona sin exigir ninguna condición previa; así nos descubre algo del corazón de Dios: su absoluta gratuidad, la incondicionalidad de su amor.
En otros momento, el perdón del Padre está condicionado al perdón que nos concedemos unos a otros. Precisamente porque el perdón es una experiencia que tiene que ver con el amor : podemos decir que si el amor con que amamos a Dios es el mismo con el que amamos a nuestros hermanos y lo que hace que esos dos amores , que siempre estamos intentando separar, sean uno solo: es el Espíritu derramado en nuestros corazones. Es ese mismo Espíritu el que nos hace posible acoger el perdón de Dios y convertirnos en perdonadores de nuestros hermanos.
Perdonar no es una cuestión de puños, es asunto de fe, es decir, tiene que ver con una actitud de fondo que nos hace sentirnos seguros porque nos sostiene un amor del que no nos puede separar ni la muerte ni la vida, ni lo pasado ni lo futuro, ni siquiera nuestra fragilidad pecadora.
Cuando vivimos apoyados en esa roca nos es más fácil mirar con benevolencia y con misericordia, porque nuestros ojos están inundados por una luz que nos permite ver esa realidad más honda de los otros que está por debajo de las apariencias. Por eso podemos envolvernos en la misma ternura indulgente y comprensiva con que nosotros mismos nos sabemos envueltos. No es nuestro perdón lo que damos generosamente a los otros: es el perdón mismos de Dios lo que desborda nuestros diques y nuestras barreras y sumerge en el mismo mar nuestros pecados y los de nuestros hermanos.

 

NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL


En esta petición, Jesús nos remite al terreno que nos es propio que es el de nuestra fragilidad congénita, a eso que el NT. Llama “carne” y que constituye nuestra limitación, nuestra debilidad tan necesitada de la fuerza de Alguien mayor.
El mismo Jesús, supo también de tentación y de cuánto los hombres y las mujeres necesitamos pedir cada día al Padre que nos libre de caer en ella.
Y la peor tentación  en la que podemos caer es la de vivir engañados, quizás allí es donde mejor se refleja nuestra limitación, cortedad e impotencia, que necesitan ser salvadas. Y eso es algo que está fuera del alcance de nuestra decisión.
Una leyenda medieval cuenta la historia de un noble caballero que, atravesando a caballo una laguna pantanosa, comenzó a hundirse en el fango, pero agarrándose a sí mismo por los cabellos, logró salir de ella sin más ayuda que su propia fuerza.
La sabiduría de la oración de Jesús nos enseña que no somos capaces de librarnos solos, de resistir solos las trampas que nos acechan del mal que pueden hacernos  y del mal que podemos hace, del egoísmo, la soberbia, la dureza del corazón, la venganza, la injusticia, la violencia, la mentir. Por eso oramos al Padre y lo hacemos desde la confianza de quien se apoya en la fuerza salvadora que nos ha sido dada  para siempre en su Hijo Jesús.

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